28 de febrero de 2008

Los Óscar del 2008

Por Andrea Echeverri Jaramillo

No suelo creer en los premios Óscar. En general responden a intereses comerciales y políticos, muy distintos a los galardones ofrecidos por los festivales, en donde rige el valor estético y narrativo. Sin embargo, es difícil sustraerse de las corrientes que hacen pronósticos, comentan y critican a los nominados y ganadores de la Academia cinematográfica norteamericana. Y tengo que admitir que en esta ocasión estuvieron bastante bien distribuidos, a pesar de que, tal vez, este año faltó la contundencia fílmica que se ha dado en otras ocasiones.

En esta edición primaron las cintas frías, violentas, de gran intensidad. A la cabeza estuvo Sin lugar para los débiles, adaptación realizada por los hermanos Coen de la novela de McCarthy, No es país para viejos, que se llevó las estatuillas más preciadas: mejor película, mejor dirección, mejor guión adaptado y mejor actor secundario, para Javier Bardem, un español que ya en varias ocasiones ha demostrado que pertenece a las ligas mayores de la actuación –hay que destacar en especial su papel en Mar adentro-, esta vez encarnando a un asesino despiadado que podría haber salido del filme Una historia de la violencia, realizada por Cronemberg el año anterior.

Se trata de una película gélida, sin concesiones, que retrata una persecución maníaca por el centro de los Estados Unidos. Una equivocación inicial, la de un hombre que ha encontrado una maleta con dos millones de dólares entre una decena de cadáveres de mexicanos y un gran cargamento de droga, que decide volver al lugar de la masacre, desencadena su búsqueda por parte de un sicario infalible contratado por los dueños del dinero. Sin embargo, éste elimina a sus patrones para quedarse con el botín, que pretende alcanzar a toda costa. Por su parte, un oficial de policía va en busca del asesino, y los dueños de la droga se suman a la contienda. Sin dar el menor respiro, no logra, sin embargo, emocionar, aunque seguramente tampoco era su intención. Es una película con una factura impecable, sin arandelas ni juegos estilísticos, con inigualables interpretaciones, no sólo de Bardem, sino de Tommy Lee Jones y Josh Brolin. Pero no es seguro que pase a la historia.

En cuanto a los premios al mejor actor y la mejor actriz, solo se puede decir que fueron bien merecidos. El papel que interpreta Daniel Day-Lewis como magnate en Petróleo sangriento, de Paul Thomas Anderson, no tiene comparación. Su capacidad camaleónica es inigualable: consigue crear un personaje hostil pero seductor al mismo tiempo, calculador e implacable, megalómano y ambicioso, necesitado de afecto pero incapaz de darlo. Éste y el de dirección de fotografía, que también fue merecido, fueron los únicos premios obtenidos por la película, nominada para otros seis galardones. Este film épico no difiere mucho del que se los llevó, en tanto tampoco aporta la menor calidez ni emoción, salvo el placer de la contemplación estética.

Por su parte, Marion Cotillard se lució como ninguna en su rol de Edit Piaff, la trágica cantante francesa por excelencia. Su transformación deja a cualquiera boquiabierto, con ayuda por supuesto del maquillaje, que por demás consiguió también su estatuilla, pues hace vívido a este personaje conocido y querido por muchos espectadores. Lo sorprendente aquí es que lo haya recibido una actriz francesa hablando en su idioma, en tanto es sabido que los miembros de la academia, como tantos cinéfilos estadounidenses, suelen ignorar las cintas en idioma extranjero. Y más en tanto había una favorita de todas las cábalas: Julie Christie, por su papel de una mujer con Alzhaimer en Lejos de ella, dirigida por la también formidable actriz Sarah Polley. Y en la categoría de mejor actriz de reparto la estatulla fue para Tilda Swinton, la taimada empresaria de Michael Clayton (otra damnificada, pues perdió en sus otras seis grandes nominaciones). Hay que traer a colación, casi anecdóticamente, que la gran perdedora de la noche fue Cate Blanchett, nominada en ambas categorías, y que daba por sentado, al menos, su premio en la segunda.

El que se creía iba a ser el palo de la gala, Juno, apenas consiguió el Óscar a mejor guión original, para su polémica autora Diablo Cody, que creó una comedia ligera, con excelentes diálogos, sobre una adolescente embarazada, para quien su estado no genera todos los conflictos que se podrían esperar. Si bien ha sido el mayor éxito de taquilla de todas las nominadas, y fue una de las pocas bocanadas de aire fresco entre todas ellas, hay que admitir que no les da la talla. En cambio, películas de muy alta calidad, como Expiación y Sweeney Todd, apenas lograron las estatuillas por la mejor banda sonora, la primera, y la mejor dirección de arte, la segunda, merecidísimas en ambos casos, pero insuficientes para sus méritos. El problema aquí radicó, tal vez, en la alta calidad de la competencia: si bien, como comenté al comienzo, podría pensarse que faltó magistralidad para competir a la mejor película, en los ámbitos de dirección, guión y actuación en sus cuatro categorías, la carrera estuvo más que reñida. En esa medida, a pesar de las innumerables pérdidas, no queda mal sabor de boca, porque los que ganaron, lo hicieron en franca lid.

(Fe de erratas: en la primera publicación estaba mal escrito el nombre de Sarah Polley, directora de Lejos de ella.)

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